Muchos creen que el amor se termina, que el amor se acaba cuando ya se
agotan los sentimientos, que la llama del amor se apaga cuando no se siente.
Pero yo digo que no es así, el amor se deja de sentir cuando más se está
sintiendo. Porque cuando con nostalgia recordamos los momentos más dulces, esas
miradas infinitas, esas miradas que se adentran en lo más profundo del otro
ser, cuando crees que con solo una mirada, un beso, una caricia, puedes conocer
a la otra persona, en ese momento es cuando más estás sintiendo. Ese
sentimiento que crece y crece, pero llega un momento donde no puede crecer más,
no es necesario que crezca más, porque cuando se supera a sí misma, duele,
hiere. Hiere como un bisturí que corta desde dentro, una bomba de tiempo que
pronto estallará, una extirpación de tu corazón desde el interior, un dolor en
el vientre, dolor intenso que no sabes cómo quitar.
Por eso yo miro siempre al pasado, ¡cosa perversa es para los demás!
Mirar al pasado es una equivocación de gigantes proporciones, una gazapa de la
que nadie debería escribir. Pero yo me enorgullezco de eso, porque si no mirara
al pasado no recordara como fue mirarte por primera vez, como fue perderme en
tu mirada, adentrarme en ti, conocerte, explorarte, no concentrarme en tus
castaños luceros, más bien en tu espíritu. Difícil sería recordar como con la
primera caricia quería consolar tu lamentada alma, calmar tus sufrimientos y
lleno de ilusión darte un primer beso que transforme tus angustias en alegrías,
la zozobra en calma. Cómo, dime cómo recordaré todo eso, si no miro al pasado?
Por eso te prometo mirarte siempre como la primera vez, tocarte siempre como la
primera vez, besarte siempre como la primera vez, te prometo que mi amor no va
crecer, no explotará, sino que se mantendrá, satisfecho de ti, hasta la
eternidad.
KV