miércoles, 7 de enero de 2015

El Diario de Jorge

Un recuerdito, de esos vagos y lejanos, me recorrio toda la columna y me despertó por segunda vez en esta semana. A veces no se necesitan palabras para describir emociones y en ese momento no supe si sentir miedo o desesperación, pero el mismo sueño, me había tenido acosado por 5 meses, desde la muerte de Andréa. Desde que soy viudo me siento libremente condenado. Sí! Libremente condenado. Extraño tener que poner todos los platos en la mesa y limpiar el polvo de vez en cuando, aguantarme berrinches de días de tristeza hormonal. De hecho, ya mirar al techo blanco, ligeramente manchado, me está volviendo neurótico. Creo que un ritual que acompaña al hombre triste es el de dejar crecer la barba simplemente porque sí y en mi caso, ya unas canas han empezado a florecer Sin embargo sigo siendo bastante funcional aparte de todo el problema que pensar en la muerte me ha producido. Pago las cuentas, alimento al perro todos los dias y por las noches veo la tv sin verla. Creo que después de cinco meses aún no me dan ganas de hablar con ningún amigo cercano, mis dias han sido básicamente una rutina de ir al trabajo almorzar en el centro y películas hasta dormir. Hoy recibí un mensaje en la contestadora, era Martín (mi hijo) solo saludando, con su muy notable preocupación ensayada, e invitándome a un trago el día de mañana cuando llegue a la ciudad. Es obvio que le aceptaré la invitación, pero solo para sacármelo de encima y porque la experiencia así me lo dicta. Esperemos que el día de mañana pase rápido, por lo pronto empezaré a esperar al insomnio mientras el trémulo fuego de la chimenéa me recuerda un abrazo perdido en el tiempo.

Julio Orozco

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