jueves, 29 de enero de 2015

El rostro.

Escuchando los terribles pasos del negro animal de ojos amarillos como el sol naciente, languideciendo distendido en las escabrosas escaleras que contaban historias centenarias de mil muertos, de mil generaciones en fotos post-mortem, nitido en su mirada llena de lagrimas sin sal, de lagrimas llenas de desuso, oyóse un maullido tenebroso, sobrecogedor, lleno de las oscuridades mas profundas. 

Y el devenir de los ojos llegando ante mi, majestusos, maliciosos, los ojos que me obsesionaban con la inminente muerte, el laud que sonaba en el fondo indefinido de aquella pesadilla de vagos recuerdos y las palabras que en mi torpe latín escapaban a gritos de mis rajados labios: "Quid mihi et tibi est?!" " Quid mihi et tibi est?" El idioma mas tenebroso, y mis trémulos labios lo decían.

Quedóse el misterioso ser, admirando mi miseria, y caminó, se sentó y maulló por segunda vez, pero ya para ese momento mis venas, frias de sangre cortante, conocían la sensación cómo algo anterior a mis mas profundas depresiones y abismos mentales, entonces reconocí la pesadilla y despertó mi cuerpo, golpeado y sudado, porque, el aún seguía posado en frente de mi puerta.


Julio Mario Orozco

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